Qu podemos esperar del tarot?
Videncia y tarot
Soy consciente que pocas, muy pocas personas, acuden al tarot con la actitud
espiritual e intelectual menester, esto es, haciendo de la entrevista una forma
de adoptar, con tiempo, actitudes y caminos constructivos ante la vida,
manteniendo en claro su discernimiento del absoluto libre albedrío que le
compete con respecto a su futuro.
Muchos son los que acuden al Tarot como último, desesperado intento de salvataje
en la tormenta en que están naufragando sus vidas. Muchos, también, creen que
las cartas reflejan un destino inexorable del que nadie, ni tirios ni troyanos,
puede escapar.
Y esbozar algunos razonamientos respecto a qué podemos esperar (y qué no) del
Tarot es tan importante como aprender a echar correctamente las cartas.
Es tan vieja como la humanidad misma la discusión respecto a si existe el libre
albedrío, si cada ser humano se encuentra frente al futuro como ante una página
en blanco, o si toda está inexorablemente escrito en ella: la voluntad de elegir
frente al determinismo tiene tantos adeptos como detractores.
Y un ejercicio del razonamiento nos enfrenta a algunas paradojas: mientras por
un lado yo puedo elegir entre, por ejemplo, seguir tipeando estas líneas o
detenerme e ir a prepararme un café (a propósito, es una buena idea; ya
regreso)...
... lo cual alentaría la ilusión que soy dueño del destino, no he podido elegir
en mi vida, por caso, cuándo nacer, dónde hacerlo, en el seno de qué familia.
Esto es parte de mi historia, que no es más que destino corriendo en un sentido
negativo.
Las cartas de tarot y el libre albedrío
Podemos ir más allá y preguntarnos hasta qué punto lo que llamamos “libre
elección” es tal, como en el caso de optar entre el bien y el mal en mi
conducta. Si he crecido en un marco de buenos ejemplos familiares o sociales,
donde frecuentemente he visto en mí o en otros las favorables consecuencias de
la honestidad y el recto accionar, o por el contrario mi infancia y adolescencia
han transcurrido en un lumpen donde los malos hábitos, la infidelidad, la
mentira eran moneda corriente, con el concepto de obtener pequeñas y cotidianas
ventajas de cada desliz hecho con astucia; ¿puede ser entonces realmente tan
libre mi elección?.
Con razón Smiles escribió: “mucha gente no delinque no por virtud, sino por el
temor de ser descubierta”. Yo, mucho antes de saber siquiera que este caballero
existía, escribí alguna vez: “mucha gente es buena porque no tiene el coraje de
ser mala y arriesgarse a las consecuencias.”
Creo, de todas formas, que el estudio del Esoterismo, como en tantos otros
ámbitos, arroja un poco de luz sobre esta cuestión: existe tanto el determinismo
como el libre albedrío. Hay cosas que podemos elegir, y otras en las cuáles sólo
matizar sus efectos. Para describirlo gráficamente, mi vida es como una barca
navegando por el río.
Puedo dejarme arrastrar por la corriente (quizás velozmente a destino, quizás
contra unas rocas que asoman) o puedo, a fuerza de remo y transpiración,
acercarme a una orilla, a otra, anclar en el medio o remar en contra de la
corriente. Pero este es el río de mi vida, y dentro de él, y sólo de él, me
desenvuelvo.
Horóscopo y tarot no son lo mismo
Así que, parafraseando a Schrödinger y su gato, sostengo que el Tarot no muestra
el futuro, sino hacia dónde llevan al consultante las tendencias dominantes, que
es lo mismo que decir qué ha de ocurrir (agradable o desagradable) si él no hace
nada por evitarlo.
El viejo ejemplo: un señor, la noche antes de volar de Washington a Londres,
sueña que su avión cae a poco de despegar y él fallece. A la mañana, asustado,
cancela su reserva. El avión despega y cae. Todos mueren, menos él, que se quedó
en su hotel.
¿Hubo o no hubo determinismo?. Depende de la lectura. No lo hubo cuando
atendemos al hecho que el soñante no murió como su premonición parecía
indicarle. Sí la hubo –para los demás-.
Y esto transforma al Tarot en un arma formidable para construir nuestras vidas:
no, como dicen sus detractores (ninguno de los cuales, creo, se dedicó algún
tiempo a estudiarlo) un entretenimiento para espíritus débiles ansiosos de una
guía paternalista que les ayude a superar su ansiedad frente a lo desconocido,
no.
Porque al Tarot, como filosofía esotérica que es, poco le interesa si su marido
le mete los cuernos con la rubia platinada del edificio contiguo, o si su jefe
le sonríe en estos días porque en secreto paladea el momento de anunciarle que
por ahora (y unos cuantos años más) sus servicios son prescindibles; o si su
suegra es la bruja maléfica que todos sabemos.
Esas necesidades urgentes de todos los días le son indiferentes a una disciplina
para la cual lo único significativo es su crecimiento espiritual. Pero así como
usted no tendrá mucho ánimo de hablar de cosas espirituales si venció el
alquiler y están por lanzarlo a la calle, o sus hijos andan con un calzado que
ya no sabe cómo y con qué pegar para que las suelas permanezcan en su lugar, la
filosofía subyacente al Tarot es pragmática: sólo a través de superar sus
obstáculos cotidianos tendrá usted tiempo –y ganas- de preguntarse por las cosas
del espíritu.
Tiradas de tarot y karma
Y si llegado el momento (y dadas las condiciones) no lo hace, problema suyo,
amigo o amiga mía: su karma tomará debida nota de ello. Porque una persona que
ignore los fundamentos espirituales de nuestra vida cotidiana, o que asfixiada
por las angustias de todos los días no pueda reparar en esos mecanismos, es
digna de consideración y de ayuda.
Pero una persona que, habiendo tenido la oportunidad, desprecia (¿debería quizás
haber escrito de-precia?) tales asuntos, es absolutamente responsable de las
consecuencias, y a llorar a la iglesia más cercana.
Por eso es necesario aclararle al consultante que, en el caso de aparecer una
mala noticia, esto no es necesariamente lo que, sí o sí, ha de ocurrir, sino lo
que ha de ocurrir si no se hace a tiempo lo necesario para evitarlo.
Y por ello, también, toda entrevista de Tarot debe profundizar las
“alternativas” o “situaciones bisagra” que pongan en manos del consultante la
decisión de qué caminos tomar. Pues el Tarot es un semáforo que nos advierte que
debemos frenar antes del próximo cruce, porque existe el riesgo de un accidente.
Si hacemos caso omiso del semáforo y apretamos el acelerador a fondo justo
cuando está llegando un camión al cruce por nuestra derecha y no lo vemos, la
responsabilidad de las consecuencias (¿adivinen qué?) es nuestra.
Por la misma razón, creo que toda mala noticia que aparezca expresada en los
símbolos de las cartas debe ser dicha al consultante pues, si por prurito no lo
hacemos, le quitamos de las manos la única posibilidad que tenía de hacer algo
para evitarlo.
Finalmente, no creo que la razón de ser de una entrevista de Tarot sea
deslumbrar a nuestro consultante con nuestras capacidades, la exactitud de
nuestros aciertos o cómo somos capaces de saber de él lo que él ya sabía (una
verdadera pérdida de tiempo y dinero, debo decir).
Mucho menos, valernos de ello para inspirar una actitud reverencial en el
consultante hacia nosotros, aconsejándole qué debe hacer, cuándo y cómo. Que
hayamos desarrollado nuestras percepciones para profundizar intuitivamente en
una situación no es sinónimo que hayamos ampliado nuestro sentido común para
recomendar qué hacer, especialmente cuando uno descubre que un consejo es lo que
uno haría de estar en esa circunstancia, pero ocurre que uno no es el
consultante ni está en su circunstancia.
Sí, en todo caso, ampliar su cosmovisión de la situación, enriquecer su
evaluación con información accesoria, ayudarle a distinguir lo importante de lo
urgente (ya que no son sinónimos) e, indirectamente, alimentar en él el
sentimiento de que existen maneras correctas de ser y de hacer las cosas, aún
cuando todo parece derrumbarse a nuestro alrededor.
Cómo ayuda la lectura del tarot
Si usted descubre cómo el Tarot le ayuda a lograr esto, ¿no cree que es quizás
más de lo que pueden prometerle las pitonisas de avisos clasificados?.
Un comentario final, que tiene que ver con el grado de aciertos esperable. El
Tarot es un arte, no una ciencia, y menos exacta. Depende de muchos (e
imponderables) factores: astrológicos, de salud física y mental, de “feeling”
con quien viene a consulta, de lo que cenamos anoche...
El porcentaje de aciertos ha de ser alto, pero nunca es total. Desconfíe,
entonces, de quienes se autopromocionan como infalibles, y tampoco sea demasiado
cruel con su buena tarotista que alguna vez erró un pronóstico, aunque ese yerro
le haya costado a usted algunos pesos (o dólares, o lo que fuere) en la
consulta: los metereólogos erran más, y los llaman científicos.
Y, cada año, en cada país, con fondos privados o públicos, se invierten millones
de dólares en “encuestas de opinión” o de “boca de urna”, que entre gráficos y
estadísticas pronostican desde un resultado electoral hasta la evolución
macroreconómica... con la misma habilidad con que después explican porqué sus
resultados no se cumplieron. Y todos contentos.
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